La mente es poderosa. Nos puede hacer saltar
de la cama el lunes por la mañana pensando “tengo una misión, voy a por ella”,
o nos puede hacer prácticamente imposible la misma tarea. La cantidad y calidad
del descanso, la alimentación, el estilo de vida… influyen, pero lo más
determinante es la actitud mental, la motivación o des-motivación.
El empresario y la empresaria deben tener
energía, mucha energía. Sin energía, cualquier proyecto se convierte en una
montaña imposible de escalar. Pero… ¿de dónde sacarla? ¿de dónde hacer salir
toda la energía que necesitamos?
De nuestra mente, ahí encontraremos o no
nuestra motivación.
Si le preguntáis a cualquier persona
(empresarios o no) cuál es su motivación para levantarse por la mañana y
cumplir con su misión, casi seguro que el 90 % de la gente responde “el dinero,
el sueldo”. Incluso algunos/as afirman que aquellos que aseguran que no es el
dinero su motivación (o al menos no la principal), mienten.
Es absolutamente legítimo que la motivación
del trabajo sea el dinero, de hecho, es fundamental que el esfuerzo, el buen
trabajo y la consecución de objetivos sean recompensados con éxito económico.
Pero puede ser un arma de doble filo, puede ser un mal argumento para nosotros
mismos.
Y es que cuando una motivación resulta tan
cuantificable, tan exacta, tan matemática, nos volvemos esclavos de las cifras
y de los resultados, y nuestra motivación sube y baja en función de algo tan
frío (y variable) como los ingresos que entran en nuestra cuenta bancaria
empresarial. Podemos enfrentarnos a impagos, a retrasos, a circunstancias
ajenas al servicio o producto ofrecido, ajenas a nosotros y nosotras, y esto
puede hacer mella en nuestra motivación.
Porque… ¿de qué sirve mi esfuerzo si no me
lucro con él? ¿Qué obtengo?
Esto que os propongo a continuación, es un punto
de vista muy personal. Una forma de encontrar la motivación necesaria mucho
más efectiva que el dinero en sí mismo, y es la siguiente:
Mi motivación es saber que trabajo para
obtener y ofrecer un producto o servicio de la máxima calidad posible, el mejor
posible. Un producto o servicio tan bueno que mis clientes están realmente
deseosos de comprarlo y desean pagarme con él y lo hacen con verdadero
agradecimiento y lo recomiendan y hablan de él. Mi motivación es saber que
ofrezco algo que es excelente, que beneficia a quienes lo adquieren, y que
aquellos que lo adquieren sienten agradecimiento hacia mí.
Vale, pero… ¿y el dinero? El dinero es una consecuencia inevitable de cumplir
bien con mi misión, con mi empresa y con mis clientes.
De esta forma, viendo el dinero como un “algo
secundario”, como una consecuencia y no como un objetivo en sí mismo, y
poniendo la misión de mi empresa en la primera línea de mis prioridades, no
sólo encuentro mayor y mejor motivación, sino que también mejora la situación
económica de la empresa, al mejorar el producto, el servicio y la aceptación
del cliente.
He afirmado que lo anterior es, simplemente, un
punto de vista muy personal. Pero os invito a experimentar lo que ocurre
cuando lo llevéis a la práctica en vuestra empresa y a verificar sus
resultados.
Proponeos mantener este enfoque durante unas
pocas semanas y verificad lo que sucede. Veréis que vuestra motivación se
multiplica, pero que también las ventas crecen y que el incremento del dinero
es una consecuencia inevitable.
Verificadlo y dejaréis de trabajar por dinero,
si alguna vez lo habéis hecho. Desde ese momento, esta opinión mía también será
vuestra experiencia personal verificada, vuestro "punto de vista muy
personal".
Probadlo y ya me contaréis....
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